Nuestros pensamientos poseen una serie de códigos encargados de filtrar la información y dar significado a lo que nos sucede, son estas interpretaciones de los estímulos las que desencadenan las diversas respuestas emocionales que ponemos en marcha  a lo largo del día. Estos modos de interpretar la realidad o de percibir lo que sucede, está condicionado por las experiencias de nuestra infancia y los paradigmas personales que nos hemos creado a lo largo de la vida para dar significado a lo que vamos experimentando.

Es por ello que resulta imprescindible, ser conscientes de manera plena y lo más objetiva posible, de los diversos códigos que usamos para filtrar nuestras experiencias en la relación con nuestros hijos, pues serán estas interpretaciones las que nos harán más proclives a recurrir a malos tratos o a acciones reactivas que violenten la integridad de todos en el hogar.

Tomemos un ejemplo: Miguel de 5 años acaba de orinarse la cama. Las reacciones ante este hecho pueden ser tan diversas como los granos de arena de la playa, una madre podrá preocuparse por la situación e intentará indagar la causa con el niño de lo sucedido, otra madre podrá molestarse y regañar o pegarle al pequeño, alguna quizá se sienta culpable de lo que el niño está viviendo y se frustre mientras cambia la cama, otra de pronto simplemente no hará mayor caso a la situación y le dirá al niño que venga a dormir a su cama, quizá otra madre quiera que Miguel aprenda autonomía, le indique dónde están las sábanas y le ayude a cambiar la cama. Cada reacción vendrá precedida de un conjunto de interpretaciones a la situación que se han conjugado desde la infancia de esas madres y sus propias historias sobre fenómenos similares, aunado a las experiencias con la situación  y creencias que haya logrado construir a lo largo de su vida. Así entonces una madre que lleva años viviendo esta situación de que su hijo se orine la cama y que escucha comentarios como: “eso es porque no le han puesto mano dura”, “yo de pequeño me orinaba y hasta que no me bañaron con agua fría en la madrugada no dejé de hacerlo” o inclusive “tu hijo es flojo y por eso no se levanta a orinar” o que hasta recuerda como sus padres le pegaron a su hermano cada noche mientras esté vivía lo mismo, podrá interpretar la situación como una alarma y desde allí surgirá el enojo o la frustración que le lleve a tomar acciones más punitivas y más violentas para intentar poner freno a lo que le saca de su equilibrio.

Algunos esquemas de pensamiento, pueden llegar a distorsionar nuestra percepción de la realidad y predisponer la aparición de respuestas emocionales abrumadoras ligadas al enojo y a la frustración, que lejos de ayudarnos a solucionar las situaciones se transforman en el componente principal del conflicto, entre ellas tenemos:

  1. La personalización: asume que todo lo que sucede tiene que ver con uno. Cuando personalizamos una situación generalmente nos autoagredimos o sentimos que otros nos agreden, entonces nos vemos en la necesidad de defendernos. “Es mi culpa que Miguel se orinará, no debí dejarlo tomar tanta agua”, “Miguel eres un desconsiderado que no ves lo agotada que estoy de tener que limpiar tus sábanas cada noche”.
  2. Atención selectiva y etiquetas globales: se trata de interpretar las experiencias a través de un filtro donde se totaliza la experiencia negativa y se eliminan situaciones donde lo que tememos o lo que nos enoja no sucede. Así mismo se puede partir de una situación particular y etiquetar a la persona sobre esa experiencia. “Todas las noches es lo mismo, Miguel se orina la cama”, “Todos los niños de tu edad ya van al baño solos Miguel”. “Miguel eres un tonto, ¿Hasta cuándo pretendes orinarte?, ¿Para siempre?”.
  3. Lectura de pensamiento: se trata de una idea errónea de que se sabe lo que el otro piensa y se le atribuye al otro relaciones o deseos negativos para con nosotros. “Piensas que soy tu esclava y que cada noche voy a estar en esto”, “lo que quieres es que yo esté pendiente hasta de cuando te tocar ir al baño, es el colmo”.
  4. Pensamiento polarizado y sobregeneralización: en este modo de interpretación se borran los tonos grises o términos medios de las situaciones, lo que hace que el filtro de la experiencia emocional sea más intenso y se perciba como imposible de gestionar. “Siempre te orinas en la cama”, “es imposible que entiendas que debes levantarte para orinar”.
  5. Negativismo y catastrofismo: se exacerban las cosas negativas y se proyectan hacia futuro como catástrofes imposibles de detener, a través de presagios o proyecciones sobre lo que sucederá y su resultado poco satisfactorio. “No hay manera de que Miguel deje de orinarse cada noche”, “he hecho de todo para evitar la situación y nada da resultado”, “sino pongo mano dura esto durará para siempre”.
  6. Exigencia y perfeccionismo: son interpretaciones acerca de cómo deberíamos ser o reaccionar ante determinada situación, se basan es estructuras rígidas e inflexibles de modos de actuación que llevan impresas autocríticas y valoraciones en negativo sobre nosotros mismos y los otros. “Esto no me puede estar pasando a mí”, “Debo ponerle freno a esta situación de una vez por todas”, “esta situación debe terminar de una vez”, “Miguel todo sería más fácil si tú no me dieras este problema”.

Estos modos erróneos de interpretar lo que percibimos produce en nosotros emociones intensas y abrumadoras como el enojo o la frustración que demandan actuaciones inmediatas y en frío, es por ello que como resultado desatamos acciones cargadas de ira sobre nuestros hijos pues asumimos, que es solo a través del ataque o la defensa que podremos solucionar la situación.

Estas interpretaciones así mismo, mantienen a los padres en un profundo estado de alerta sobre las situaciones, lo que aumenta la tendencia a siempre descargar malos tratos sobre sus hijos, como modo de corrección de algo que perciben como ataque.

De allí la importancia de ser conscientes de nuestras historias personales, de nuestras creencias sobre las situaciones, estar al pendiente de nuestras sensaciones de abandono, desatención, impotencia, frustración, enojo y merecimiento, pues muchas de estas, nacidas en nuestra infancia, marcarán el camino de las interpretaciones que hacemos en la edad adulta. Es por ello que si eliges renunciar a los malos tratos o a las descargas de ira sobre tus hijos, necesitas explorar tus interpretaciones sobre la realidad, el modo como te enfrentas a las circunstancias que te rodean y que forman el cúmulo de experiencias de la crianza. Así como también resulta importante prestar profunda atención a las necesidades afectivas que generan los estallidos emocionales, pues estas serán la clave para comprender por qué reaccionas del modo como lo haces, siendo este el primer peldaño indispensable para el cambio.

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